viernes, 12 de julio de 2024

La feria de San Juan

 I

Había dos hitos en el calendario marteño del mes de junio marcados a fuego en el imaginario infantil y que siempre se hallaron anclados en los recuerdos que Amador escondía en su memoria: San Antonio y San Juan.

La celebración de San Antonio era el referente de la finalización del curso escolar. Además, era la onomástica de infinidad de abuelos, padres, niños e, incluso, maestros, por aquel entonces, cosa realmente asombrosa ya que tanta reiteración producía confusiones constantes a la hora de asignar a cada parentela los suyos. Había que recurrir inevitablemente a las distintas variantes hipocorísticas del nombre, tales como Antoñito, Antoñín, Nono, Noni, Toñín, incluso, Tano, acompañado a menudo, del apodo familiar, más que del apellido, para encuadrar a cada uno en la tribu de “Antonios” a la que perteneciera (el del Agua, el del Pescadero, el de Quematortas, el de don fulano,  el de zutano…). Igual ocurría con tantos y tantos otros apelativos tan recurrentes en aquella época.

La feria de San Juan, más conocida coloquialmente como Feria de la Plaza, era el otro gran acontecimiento que daba la bienvenida festiva al verano. La plaza de Santa Marta se engalanaba y se convertía en un universo fascinante en el que los vecinos del barrio alto se sentían encantados y deslumbrados por aquel espectáculo de sonidos, luces y sorpresas.