El día del sorteo de la lotería de
Navidad todos los niños habían comenzado las vacaciones. Aquella mañana la
rutina diaria se tornaba mágica al son del canturreo radiofónico de los niños de San Ildefonso, cuya monotonía
se alteraba, excitante, cada vez que aquellos pequeños tenores cantaban un
premio, y no digamos cuando, en lugar de pedrea, había saltado un premio de la
categoría de los gordos. Era el delirio, el éxtasis, la emoción surgida de
aquel gorgoritear que, por unas horas, convertía a todos en soñadores abocados
al destino de los elegidos.
—¡Mamá, mamá... el tercero ha tocado en
Albacete!
Al final de la mañana, agotadas todas las
esperanzas, era cuando la madre le volvía a la realidad sentenciando:
—No te preocupes, hijo, lo importante es la salud, y, mira, nosotros estamos todos estupendamente, gracias a Dios.