jueves, 30 de octubre de 2014

Annabel

Hace justo un año y pocos meses tuve noticias de Annabel en el inmenso universo de Internet. Se hallaba desolada y rabiosa. Su grito era desgarrador frente al cinismo sin proporciones de los perros de presa que nos atraparon en el austericidio planificado por las huestes de Rajoy.

Era abril de 2012, cuando el ínclito Wert vapuleaba a diestro y siniestro la comunidad educativa de todo el estado: recortes de becas y de profesores, subida de tasas académicas, suspensión de programas educativos, aumento de ratios escolares… Ella le increpaba valiente y cargada de razones,  rebelándose ante el devastador insulto a los más desfavorecidos (Carta a José Ignacio Wert). Annabel mostraba, en su minúscula inocencia, un sentido premonitorio del abrasivo resultado de las felonías que más tarde irían aconteciendo. Y quise saber más de ella.


Bucear en su blog para lograrlo fue apasionante. No puedo precisar que coordenadas geográficas la vieron nacer, pero eso no importa demasiado ya que su historia es la historia que podría hallar en cualquier recóndito barrio de los pueblos y ciudades de España. Supe que contaba con veinte y pocos años, que era hija de clase obrera, como tantos, y que con ella sumaban cinco hermanos en la familia. 

Aunque discreta en lo íntimo, ella lanzaba pistas continuamente. Su rostro, aquel que ella permitía descubrir en su avatar, denotaba dulzura, descaro, genio afable, su mirada arrojaba una complicidad atrevida y, sobre todo, una juventud deliciosa. No sentía rubor para afirmarse como futura psicóloga, antropóloga, teóloga y estudiosa del comportamiento humano. A la vez, se postulaba como amante de la ciencia, la literatura, los animales y el rock.

Se atrevía de manera exultante a indicarnos el rumbo positivo que la guiaba: ‘todo recto hasta el amanecer’, pero sin renunciar a ser corregida por la crítica. ¡Oh audaz cazadora de mentes! Se ofrecía descarada a compartir su descarnado mundo real y sus derivas oníricas, inmersas unas veces, en los mundos fantásticos de Peter Pan, otras, en el romanticismo espectral de Edgard Allan Poe.

Pero, sobre todo, Annabel denotaba una vocación pedagógica sin límites. Sentía la necesidad de saber y de decirlo, en una intrépida cruzada contra la ignorancia. En su blog difundía, en un esfuerzo didáctico apasionado, sus conocimientos científicos, a la vez que no sentía rubor en posicionarse ante la injusticia, vertía con desparpajo sus opiniones sobre el ser humano, las miserias sociales, las injusticias, la política, lo cotidiano, sus pasiones balompédicas, los libros que le apasionaban, su música…

Cuando conocí su enojo en aquella desgarrada Carta a José Ignacio Wert, me apresuré a lanzarle un abrazo solidario cargando mi iras contra el origen del atropello que denunciaba (Carta a una estudiante universitaria). Le mostré mi indignación y la exhorté a no caer en el desaliento, alabé la carga de dignidad de su denuncia que representaba la de tantos y tantos jóvenes como ella. Le señalé que, entre todos, podríamos vencerlos, abrazados a la educación, a la crítica incesante y al conocimiento.


Me he venido refiriendo a Annabel como si fuera un viejo cromo del pasado. Y es que quedé perplejo cuando descubrí que su caudal de comunicación había cesado en seco. No pudo por menos que abrumarme comprobar que el blog de Annabel llevaba meses sin recoger su voz y sus experiencias. Sentí un sobresalto y una inquietud indescriptibles. Trataba de buscar explicaciones que siempre me conducían al desasosiego. No quería creer que se hubiera rendido y que se hallara abatida como una víctima más.

Pero la vida nos da sorpresas. Hace pocos días recibí noticias personales de ella. ¡Annabel sigue ahí! Bueno, ahí no, allí. No ha precisado el lugar exacto, pero me ha asegurado que no es en Neverland. Me dice que ha emigrado, que se siente expatriada, pero que aún se sigue emocionando. Eso está bien, chiquilla. Ahora estudia, trabaja y aprende otro idioma. No se aún si para sobrevivir tiene ejercer de camarera o de au pair, pero yo le deseo lo mejor, aquello que aquí se le ha negado a ella y a miles de mentes ilustres como la suya que tuvieron que seguir el camino de la incertidumbre.

Me dice que no quiere abandonar su rebeldía, que sigue de cerca lo que pasa en nuestro país y que seguirá blandiendo su insurgencia para mejorar este mundo tan deshonesto. Estoy seguro de ello. No sabe si volverá o continuará su aventura por otros lugares. Nosotros, Annabel, te esperaremos siempre allá donde estés, incluso cuando te halles al otro lado del espejo.

A.J.G.G.

* * *

7 comentarios:

  1. Gran artículo, Antonio, no podemos permitir que las Anabelle se sigan marchando del país. Aunque sólo sea por la poca dignidad que ya nos queda. Un fuerte abrazo para ti y para esa valiente mujer.

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    1. Alfredo: La juventud es el mayor y mejor activo que poseemos. Son el futuro y debemos apostar por ellos, diciéndoselo a la cara para que se lo crean. A la postre ellos y ellas serán los que darán su merecido a toda esta gentuza.

      Gracias por tus elogios. Un saludo.

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  2. Yo soy padre de otra Annabelle, repatriada en los alrededores (environ, le llaman ellos) de París. Me gusta tu artículo, Antonio. Y me gusta Annabelle. Para ella deseo un futuro que la reintegre a sus raíces si así lo desea; para ti, mucha salud.
    Mil abrazos,

    AG

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    1. Querido Alberto: Tú recuerdas y yo recuerdo, hace 50 años, como tu pueblo y el mío se desangraban por los andenes de las estaciones de tren, donde tantos jóvenes partían rumbo a destinos inciertos. Se iban nuestros amigos de la infancia. Nosotros tuvimos suerte y hace ya años que ni imaginábamos que nuestros hijos y allegados hubieran de pasar por este trago. Maldita sea, ¿verdad? Yo, particularmente, a veces siento vergüenza por lo ciegos que estuvimos.

      Pero confiemos en ellos y ellas. Volverán y nos devolverán la alegría y la dignidad. ¡Y que lo veamos!.

      Un abrazo.

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  3. Me gustan aquellos que son fieles a sus sueños, porque seran fieles consigo mismo.

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  4. Todos tenemos a alguna Annabelle en la familia, voluta de humo perfumado que emigra. Esperamos que su vitalidad, su fragancia regresen para que extingan con nueva esperanza el hedor que nos sume en un letargo gris. Oímos las maletas partir sobre sus frágiles ruedas, ansiamos su regreso de sol.

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